La helada ráfaga de viento golpeó
el cuerpo de Vera cuando abrió la puerta de su económica habitación. Vera
Carrington había decidido frenar el viaje por esa noche, por esa razón, decidió
hospedarse en un pequeño motel a las afueras de un pequeño pueblo, que en sí,
solamente tenía cuatro o cinco calles y avenidas. Era una pequeña localidad
pasajera en la que se alzaban unos cuantos almacenes de cadena, así como unos
cuantos restaurantes de las más conocidas capitalistas franquicias.
El motel era bastante pequeño,
solamente tenía 10 habitaciones, equitativamente distribuidas en los dos pisos del
motel. El chico de la recepción había sido muy amable, y tras pasar la tarjeta
de crédito por el datafono, le entregó la llave que abría su habitación,
ubicada en el segundo piso.
Tras tomar una ducha, Vera se
había puesto su ropa de dormir y estaba dispuesta a ver un poco de televisión
antes de que el sueño la venciera. Había ya trascurrido una hora, y el sueño
nada que aparecía. Justo en ese momento, algo golpeó la ventana. Vera dio un
respingo, se paró de la cama y retiró las cortinas.
El hombre la observaba fijamente.
Su mirada fría y penetrante, lastimaba poco a poco la tranquilidad de Vera, la
capucha y la máscara de gas evitaban que su identidad estuviera al descubierto.
Era un hombre alto y bastante escuálido. La sudadera color carmesí que llevaba
estaba cubierta de manchas más oscuras, que daban la impresión de ser sangre
fresca. Todas sus prendas estaban cubiertas de esas manchas y los ojos azules
brillaban en la penuria de la noche.
Vera sentía escalofríos, su
cuerpo temblaba, sus manos palidecían, mientras un conjunto de manchas moradas
aparecían en ellas. El hombre buscó en los bolsillos de la sudadera y sacó un
crucifijo de madera y tras esto, retiro la parte inferior, dando a conocer una
daga corroída por el óxido y manchada de la sangre de sus pasadas víctimas.
Vera tomó el teléfono, y tras
intentar varias veces con el número de emergencias, decidió llamar a la
recepción. Sin ningún resultado, Vera decidió volverse a asomar por la ventana.
El hombre no estaba, había desaparecido en cuestión de un minuto. Vera recorría
con su mirada todo el estacionamiento, tres segundos después, un bate de
béisbol quebró la ventana de la habitación. Los vidrios rotos se incrustaron en
la piel de Vera, quien, por acto reflejo, saltó de espaldas cayendo en la
alfombra que cubría el piso de la habitación.
El hombre entró en la habitación,
la máscara de gas que llevaba puesta emitía los sonidos que causaban su
respiración. Vera estaba paralizada, pero reaccionó a tiempo antes de que el
hombre tratara de asestarle un golpe en el cráneo. Vera giro en el suelo y
comenzó a arrastrarse al baño, el hombre blandía el bate de un lado a otro.
Vera logró levantarse y encerrarse a tiempo. El asesino golpeaba con fuerza la
puerta, las astillas de madera volaban mientras el pestillo se debilitaba. Vera
retiró la cobertura del inodoro y rompió una pequeña claraboya que se
encontraba allí. Vera forcejeaba por pasar a través del apretado espacio. Cuando
la puerta cedió, Vera ya había caído a una altura de dos metros y medio, por
suerte, sobre una pila de toallas almacenadas.
El hombre atravesó la puerta y
asomó la cabeza por la claraboya, justo para ver a la mujer corriendo por la
parte trasera del motel. Vera agradeció haber caído de espaldas, solo se
imaginaba haberse roto el cuello o mucho peor, haber terminado como un vegetal.
Vera retiraba las astillas que se habían incrustado en su cuerpo y las gotas de
sangre salían una a una, manchando la camisilla blanca que tenía puesta.
Mientras corría, Vera tropezada con varios objetos que no podía reconocer a
causa de la oscuridad.
Ella gritaba descontroladamente,
quería que el hombre amable y guapo que la atendió saliera en su ayuda. Empujó
la puerta de vidrio y allí estaba, de espaldas viendo la televisión. Vera
comenzó a llamarlo, pero él seguía ensimismado en la serie televisiva, daba la
impresión de que estaba en sueño profundo. Ella caminó rápidamente, posó su
mano sobre el hombro del mancebo y giró la silla.
Vera se llevó una mano a la boca,
sus lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas. La mirada del hombre
estaba perdida, su cuerpo pálido y su mano sostenía su propio corazón, recién
arrancado. Ella sollozaba y maldecía, extendió la mano y alcanzó el teléfono
del escritorio. Marcaba los tres dígitos de emergencias, cuando recibió un
puñetazo directo en el cachete, desprendiéndole tres dientes.
Vera cayó y comenzó a arrastrarse
mientras escupía una gran cantidad de sangre y sus tres dientes. El hombre
ahora tenía un hacha antiincendios, la cual acariciaba de lado a lado. Vera
intentaba alejarse, pero el hombre la agarró del pelo y la levantó en un
instante. Ella forcejeaba, pero el hombre, a pesar de no aparentarlo, tenía una
fuerza colosal. El hombre la sacó de la recepción y la lanzó al
estacionamiento, ella intentó levantarse, pero el hombre le propinó un
rodillazo en la nariz, reventándola en el acto.
Las lágrimas saladas se mezclaban
con la sangre de Vera y estas caían en el suelo, dejando una especie de
caminito. El hombre tomó a Vera de la camisilla, y la lanzó contrala parte
trasera de una antigua camioneta, tumbando una caja de herramientas. Se
encontraba de nuevo en el suelo, acostada de espaldas viendo como su asesino
alzaba el hacha para darle el golpe de gracia, pero justo antes, Vera tomó el
serrucho que antes estaba en la caja y rajó la pierna del hombre.
El hombre vociferaba, Vera corrió
hacia su automóvil y reventó la ventana, abrió la puerta, la cerró y buscó las
llaves, por suerte, siempre las dejaba en su auto. Vera salió rápidamente del
estacionamiento y ya se encontraba a distancia del motel, observaba
periódicamente por el retrovisor mientras avanzaba, en una de esas miradas se llevó
la muy grata sorpresa de encontrarse a su admirador número uno en el asiento
trasero, que se abalanzó sobre ella, tratando de estrangularla.
Vera aceleró el vehículo,
forcejeaba por intentar liberarse del maniático, el volante giraba de un lado
al otro, en uno de estos repentinos giros, el asesino perdió el equilibrio y
cayó sobre el asiento de acompañante. Vera se colocó su cinturón de seguridad y
pisó el acelerador a fondo, dirigiéndose directamente contra un frondoso
plágano que crecía justo al lado de la vía. El asesino volvió en sí y sacó su
daga de la sudadera. Ella forcejeaba por evitar una puñalada. Sin embargo, iba
perdiendo la batalla, su asesino le propino un gancho en el estómago justo
antes de salir despedido por el cristal delantero.
El golpe había sido colosal. El
airbag se había disparado evitando que Vera se fracturara el cráneo contra el
volante, además, el cinturón la protegió del destino que se había llevado su
asesino. El maniático salió despedido del vehículo, rompió el vidrio y tras eso
se estrelló directamente contra el árbol. La cabeza del hombre se volteó de una
manera anormal y ahora yacía en el suelo, con el cuello totalmente fracturado,
derramando una gran cantidad de sangre por su boca, inundando el interior de la
máscara.
Vera abrió la puerta del vehículo
y comenzó a cojear lo más rápido que podía, a lo lejos podía ver un cartel de
neón, de una de las franquicias de comida rápida más famosas. La alegría de
Vera era de magnitudes gigantescas. Cuando se hallaba cerca comenzó a gritar:
-¡Ayúdenme por favor! ¡Quieren
asesinarme!- Tres personas salieron del local, una mujer cajera y dos hombres:
uno de mantenimiento y otro cajero.
La ayudaron a entrar y la
sentaron en una banca, el cajero fue por un botiquín de primeros auxilios
mientras el de mantenimiento y la cajera le preguntaban acerca de lo sucedido.
Vera balbuceaba lo que podía, decía que un hombre alto con una horrenda máscara
de gas quería asesinarla. La cajera se vio conmocionada, el hombre de
mantenimiento ya se dirigía a llamar a la policía, cuando su compañera de
trabajo sacó una 9mm y le propinó dos disparos en la espalda.
Vera soltó un grito, mientras la
cajera se dirigía hacia el hombre y le propinaba un tiro en la cabeza. El otro
cajero salió de la habitación donde se encontraba para recibir un balazo que le
atravesaría el ojo, generando una explosión de sangre a sus espaldas. Vera
chillaba mientras la mujer se volteaba y sacaba la misma daga de su asesino:
-Terminaré lo que él no pudo
terminar- La cajera deslizó el cuchillo por la garganta de Vera, cercenando la
traquea de la chica. Vera intentó detener la hemorragia, pero era demasiado
tarde, lo último que vio era la torcida sonrisa de la cajera.
-Autor: Andrés Jaramillo