lunes, 9 de junio de 2014

Visita de cortesía





La helada ráfaga de viento golpeó el cuerpo de Vera cuando abrió la puerta de su económica habitación. Vera Carrington había decidido frenar el viaje por esa noche, por esa razón, decidió hospedarse en un pequeño motel a las afueras de un pequeño pueblo, que en sí, solamente tenía cuatro o cinco calles y avenidas. Era una pequeña localidad pasajera en la que se alzaban unos cuantos almacenes de cadena, así como unos cuantos restaurantes de las más conocidas capitalistas franquicias.

El motel era bastante pequeño, solamente tenía 10 habitaciones, equitativamente distribuidas en los dos pisos del motel. El chico de la recepción había sido muy amable, y tras pasar la tarjeta de crédito por el datafono, le entregó la llave que abría su habitación, ubicada en el segundo piso.

Tras tomar una ducha, Vera se había puesto su ropa de dormir y estaba dispuesta a ver un poco de televisión antes de que el sueño la venciera. Había ya trascurrido una hora, y el sueño nada que aparecía. Justo en ese momento, algo golpeó la ventana. Vera dio un respingo, se paró de la cama y retiró las cortinas.

El hombre la observaba fijamente. Su mirada fría y penetrante, lastimaba poco a poco la tranquilidad de Vera, la capucha y la máscara de gas evitaban que su identidad estuviera al descubierto. Era un hombre alto y bastante escuálido. La sudadera color carmesí que llevaba estaba cubierta de manchas más oscuras, que daban la impresión de ser sangre fresca. Todas sus prendas estaban cubiertas de esas manchas y los ojos azules brillaban en la penuria de la noche.

Vera sentía escalofríos, su cuerpo temblaba, sus manos palidecían, mientras un conjunto de manchas moradas aparecían en ellas. El hombre buscó en los bolsillos de la sudadera y sacó un crucifijo de madera y tras esto, retiro la parte inferior, dando a conocer una daga corroída por el óxido y manchada de la sangre de sus pasadas víctimas.

Vera tomó el teléfono, y tras intentar varias veces con el número de emergencias, decidió llamar a la recepción. Sin ningún resultado, Vera decidió volverse a asomar por la ventana. El hombre no estaba, había desaparecido en cuestión de un minuto. Vera recorría con su mirada todo el estacionamiento, tres segundos después, un bate de béisbol quebró la ventana de la habitación. Los vidrios rotos se incrustaron en la piel de Vera, quien, por acto reflejo, saltó de espaldas cayendo en la alfombra que cubría el piso de la habitación.

El hombre entró en la habitación, la máscara de gas que llevaba puesta emitía los sonidos que causaban su respiración. Vera estaba paralizada, pero reaccionó a tiempo antes de que el hombre tratara de asestarle un golpe en el cráneo. Vera giro en el suelo y comenzó a arrastrarse al baño, el hombre blandía el bate de un lado a otro. Vera logró levantarse y encerrarse a tiempo. El asesino golpeaba con fuerza la puerta, las astillas de madera volaban mientras el pestillo se debilitaba. Vera retiró la cobertura del inodoro y rompió una pequeña claraboya que se encontraba allí. Vera forcejeaba por pasar a través del apretado espacio. Cuando la puerta cedió, Vera ya había caído a una altura de dos metros y medio, por suerte, sobre una pila de toallas almacenadas.

El hombre atravesó la puerta y asomó la cabeza por la claraboya, justo para ver a la mujer corriendo por la parte trasera del motel. Vera agradeció haber caído de espaldas, solo se imaginaba haberse roto el cuello o mucho peor, haber terminado como un vegetal. Vera retiraba las astillas que se habían incrustado en su cuerpo y las gotas de sangre salían una a una, manchando la camisilla blanca que tenía puesta. Mientras corría, Vera tropezada con varios objetos que no podía reconocer a causa de la oscuridad.

Ella gritaba descontroladamente, quería que el hombre amable y guapo que la atendió saliera en su ayuda. Empujó la puerta de vidrio y allí estaba, de espaldas viendo la televisión. Vera comenzó a llamarlo, pero él seguía ensimismado en la serie televisiva, daba la impresión de que estaba en sueño profundo. Ella caminó rápidamente, posó su mano sobre el hombro del mancebo y giró la silla.

Vera se llevó una mano a la boca, sus lágrimas comenzaron a derramarse por sus mejillas. La mirada del hombre estaba perdida, su cuerpo pálido y su mano sostenía su propio corazón, recién arrancado. Ella sollozaba y maldecía, extendió la mano y alcanzó el teléfono del escritorio. Marcaba los tres dígitos de emergencias, cuando recibió un puñetazo directo en el cachete, desprendiéndole tres dientes.

Vera cayó y comenzó a arrastrarse mientras escupía una gran cantidad de sangre y sus tres dientes. El hombre ahora tenía un hacha antiincendios, la cual acariciaba de lado a lado. Vera intentaba alejarse, pero el hombre la agarró del pelo y la levantó en un instante. Ella forcejeaba, pero el hombre, a pesar de no aparentarlo, tenía una fuerza colosal. El hombre la sacó de la recepción y la lanzó al estacionamiento, ella intentó levantarse, pero el hombre le propinó un rodillazo en la nariz, reventándola en el acto.

Las lágrimas saladas se mezclaban con la sangre de Vera y estas caían en el suelo, dejando una especie de caminito. El hombre tomó a Vera de la camisilla, y la lanzó contrala parte trasera de una antigua camioneta, tumbando una caja de herramientas. Se encontraba de nuevo en el suelo, acostada de espaldas viendo como su asesino alzaba el hacha para darle el golpe de gracia, pero justo antes, Vera tomó el serrucho que antes estaba en la caja y rajó la pierna del hombre.

El hombre vociferaba, Vera corrió hacia su automóvil y reventó la ventana, abrió la puerta, la cerró y buscó las llaves, por suerte, siempre las dejaba en su auto. Vera salió rápidamente del estacionamiento y ya se encontraba a distancia del motel, observaba periódicamente por el retrovisor mientras avanzaba, en una de esas miradas se llevó la muy grata sorpresa de encontrarse a su admirador número uno en el asiento trasero, que se abalanzó sobre ella, tratando de estrangularla.

Vera aceleró el vehículo, forcejeaba por intentar liberarse del maniático, el volante giraba de un lado al otro, en uno de estos repentinos giros, el asesino perdió el equilibrio y cayó sobre el asiento de acompañante. Vera se colocó su cinturón de seguridad y pisó el acelerador a fondo, dirigiéndose directamente contra un frondoso plágano que crecía justo al lado de la vía. El asesino volvió en sí y sacó su daga de la sudadera. Ella forcejeaba por evitar una puñalada. Sin embargo, iba perdiendo la batalla, su asesino le propino un gancho en el estómago justo antes de salir despedido por el cristal delantero.

El golpe había sido colosal. El airbag se había disparado evitando que Vera se fracturara el cráneo contra el volante, además, el cinturón la protegió del destino que se había llevado su asesino. El maniático salió despedido del vehículo, rompió el vidrio y tras eso se estrelló directamente contra el árbol. La cabeza del hombre se volteó de una manera anormal y ahora yacía en el suelo, con el cuello totalmente fracturado, derramando una gran cantidad de sangre por su boca, inundando el interior de la máscara.

Vera abrió la puerta del vehículo y comenzó a cojear lo más rápido que podía, a lo lejos podía ver un cartel de neón, de una de las franquicias de comida rápida más famosas. La alegría de Vera era de magnitudes gigantescas. Cuando se hallaba cerca comenzó a gritar:

-¡Ayúdenme por favor! ¡Quieren asesinarme!- Tres personas salieron del local, una mujer cajera y dos hombres: uno de mantenimiento y otro cajero.

La ayudaron a entrar y la sentaron en una banca, el cajero fue por un botiquín de primeros auxilios mientras el de mantenimiento y la cajera le preguntaban acerca de lo sucedido. Vera balbuceaba lo que podía, decía que un hombre alto con una horrenda máscara de gas quería asesinarla. La cajera se vio conmocionada, el hombre de mantenimiento ya se dirigía a llamar a la policía, cuando su compañera de trabajo sacó una 9mm y le propinó dos disparos en la espalda.

Vera soltó un grito, mientras la cajera se dirigía hacia el hombre y le propinaba un tiro en la cabeza. El otro cajero salió de la habitación donde se encontraba para recibir un balazo que le atravesaría el ojo, generando una explosión de sangre a sus espaldas. Vera chillaba mientras la mujer se volteaba y sacaba la misma daga de su asesino:


-Terminaré lo que él no pudo terminar- La cajera deslizó el cuchillo por la garganta de Vera, cercenando la traquea de la chica. Vera intentó detener la hemorragia, pero era demasiado tarde, lo último que vio era la torcida sonrisa de la cajera.

-Autor: Andrés Jaramillo

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