De un momento a otro las nubes
turbias comenzaron a cubrir el sol. El reporte del clima lo había anunciado esa
misma mañana, precipitaciones y una posible tormenta eléctrica ocurrirían esa
noche. Las carreteras se pondrían resbaladizas, y lo más probable era que
ocurrieran múltiples accidentes de tránsito.
John Martínez no pretendía salir
de su casa, debía terminar un conjunto de proyectos universitarios que
evaluarían al día siguiente. Todos esos trabajos habían sido dejados desde una
semana antes, pero obviamente, John no los había hecho aún.
Ya se hacía bastante tarde. El
reloj marcaba casi la medianoche y John todavía tenía mucho trabajo que hacer.
Solamente pensaba lo idiota que había sido, tanto tiempo libre desperdiciado en
tonterías; y ahora estaba allí, agotado, con ardor en los ojos y dificultad para
concentrarse en su trabajo. De repente, el timbre de su casa
sonó ¿Quién podía ser a esas altas horas de la noche? John saltó de su
escritorio, bajó las escaleras y abrió la puerta de su casa, solo para
encontrarse con una horrible sorpresa.
Una joven rubia y ojos claros,
vecina desde hacía mucho tiempo de John, de aproximadamente veinte años, estaba
parada allí, con el mango de un cuchillo de cocina sobresaliendo de su abdomen.
Las manchas de sangre se alcanzaban a distinguir en el jean y la camiseta
negra. La mujer, con sangre en su boca, dio apenas unos cuatro pasos y cayó de
bruces en el suelo de cerámica de la casa.
John, en medio de temblores, se
agachó y sacudió a su vecina, luego revisó su pulso sin ninguna señal de vida.
Un amplio charco de sangre se extendía por toda la sala, manchando el tapete y
las patas de los muebles. John, entre temblores, corrió hacia el teléfono y se
disponía a llamar al número de emergencias cuando descubrió que el aparato no
funcionaba.
John colgó extrañado, decidió
asomarse por la ventana de la sala y vio a cuatro hombres delgados, parados
allí, en la oscuridad, observando fijamente la casa. Los hombres vestían
completamente de negro, lo único que resaltaba era rostro, que estaba cubierto
con una máscara totalmente blanca, sin facciones, solamente con los orificios
de los ojos y nariz. John, cerró la puerta, subió las escaleras, entró a su
habitación y tomó el celular, justo cuando las luces de su casa se apagaban
repentinamente.
John escuchaba como los hombres golpeaban
la puerta, el tintineo de las navajas estrellándose contra el metal se
escuchaba fuerte y claro, erizando la piel de John. Había muy mala cobertura, y
entre centenares de intentos, John no lograba contactar con la policía.
De un momento a otro, la puerta
cedió, y John escuchó los pasos de los hombres, que entraban lentamente y
caminaban a través de la sala, encaminándose a las escaleras en espiral. John,
completamente lavado en sudor, no tuvo más opción, y se encerró en el closet de
su habitación.
Los hombres comenzaron a subir,
los golpes sordos de las botas sonaban al estrellarse contra los escalones.
John temblando, no dejaba de intentar de obtener comunicación. Los hombres se
dividieron, dos entraron en la habitación contigua que solía ser de sus padres,
y otros dos a la suya. John, con lágrimas en los ojos, comenzó a orar, pidiendo
la protección de su dios, pidiendo que lo cuidara de los intrusos.
Los dos hombres ingresaron en la
habitación, y John escuchaba como uno de ellos, abría el primer closet, y no
demoraría mucho en hallarlo acurrucado en el segundo. Rápidamente, tomó un
gancho metálico de ropa, doblándolo con una fuerza descomunal hasta convertirlo
en un arma blanca. El hombre abrió de un tirón las puertas del closet, justó
para recibir diez puñaladas rápidas en la cara, perdiendo ambos ojos, que le
fueron arrancados por el gancho de la ropa.
El hombre, entre alaridos, soltó
su navaja, y John en un gesto de rapidez la tomó y rodo por debajo de su cama.
El otro hombre se agachó e intento apuñalarle el tobillo, la hoja pasó a
centímetros de la piel blanca de John. El hombre entonces se levantó y corrió
hacia el otro extremo de la cama, solo para encontrarse con la navaja de su
compañero, que se clavó en la yugular, dañándosela y causando que su sangre se
derramara en todas las direcciones. Este segundo hombre murió en veinte
segundos.
John aprovechó el momento y
corrió hasta salir de su casa. Por una extraña razón, su vecina ya no se
encontraba en el suelo, había desaparecido, o posiblemente, la habían
arrastrado. Escuchaba como los hombres lo perseguían, podía escuchar los pasos
en el césped. John comenzó a gritar por ayuda, pero nadie se asomaba. Si no
hacía algo rápido, lo atraparían, fuese porque lo alcanzasen o porque se
resbalase, ya que la lluvia ya había cubierto todas las porciones de tierra.
El aire le empezaba a faltar, y
sentía cada vez más cerca esas dos presencias, que lo matarían apenas llegasen
a él. Una luz de esperanza brilló en sus ojos cuando vio la puerta abierta de
la casa de su vecina, no lo dudó y corrió hacia ella. John entró a la casa,
subió las escaleras y entró en el cuarto de su vecina, trancando la puerta tras
entrar. Los hombres subieron las escaleras, y en el acto, comenzaron a golpear
la puerta.
John, se apartó de ella, y
accidentalmente encendió las luces del cuarto, iluminando todo lo que había
allí. Los símbolos satánicos relucían en las paredes, varias dagas corroídas y
manchadas de sangre seca colgaban en los estantes, repletos de velas, libros,
dibujos extraños y estatuillas, que tenían la imagen del rey del infierno. John
se horrorizó aún más, al ver una foto suya en el medio de uno de los símbolos.
“¡Ahí está la bruja!” gritó uno
de los hombres, justo antes de que esta los desmembrara con su fuerza
descomunal. John escuchaba tras la puerta los gritos de dolor de ambos hombres,
y como el ente se movía por todo el lugar. El silencio había vuelto, John
comenzó a retroceder lentamente, empuñando la navaja en sus temblorosas manos,
solo para chocarse con su vecina que le susurró al oído: “No pensé que fuera
tan fácil”
La bruja clavó sus garras en el
pecho de John, y de un tirón le arrancó el corazón. Las palpitaciones
comenzaron a reducirse, mientras la vida se escapaba del cuerpo de John. Sin
mucho preámbulo, la bruja colocó el corazón en el centro del pentagrama y
comenzó a recitar una oración.
-Autor: Andrés Jaramillo