Jonathan Álvarez había conseguido
el empleo por Internet, el jornal era bajo, pero para un nuevo comienzo, algo
es algo. La decisión había sido difícil, abandonar su amada patria por una
tierra desconocida fue un hecho que cambiaría radicalmente su vida. Tras ir por
el sueño americano, Jonathan sufrió lo que todo inmigrante promedio sufre para
poder pasar los estrictos controles de la ley y el orden, pero lo había
conseguido, había dejado atrás el coladero.
Su trabajo era simple, era el
encargado del mantenimiento durante los días martes, jueves y domingo de una
sofisticada tienda de empeños. Los artículos de la extensa tienda eran
principalmente antigüedades, trastos inútiles que la gente va a vender por
dinero, para posteriormente gastarlo en una tontería del siglo XXI.
Pero lo más interesante estaba
allá atrás, en los últimos pasillos, donde el sol no alcanzaba a irradiar sus
poderosos rayos, donde el olvido se había apoderado de la tienda. Los objetos
“malditos” que allí se encontraban espantaban a cualquiera, nadie quería asomar
su preciosa alma por esos recónditos lugares, donde los altas vitrinas
abarrotadas de toda clase de trastos mezclaban la maldad en un solo organismo,
asustando a cualquier cretino valiente que por allí pasara.
Jonathan debía quedarse hasta muy
tarde, debía organizar todos los desastres y desordenes que los consumistas
clientes americanos causaban en el establecimiento, debía dejar brillando todo
el lugar, para que al siguiente día una nueva oleada de zoquetes lo dejara como
el día anterior. La mayoría de pasillos ya habían pasado por su limpieza
noctívaga, seguía el majestuoso pasillo final, una capa de suciedad recubría el
brillante piso de mármol que fue alguna vez brillante.
Eran las 12 de la madrugada,
Jonathan ingresó al lóbrego pasillo, sentía como su piel se erizaba al pasar
junto a los horribles objetos que había alrededor, sentía como esos “exánimes”
objetos dirigían su fría mirada hacia él. Ya se hallaba a la mitad del pasillo,
la oscuridad abarcaba todo el espacio, era menester hacer un cambio de
bombillas al día siguiente. Escuchó los sollozos, la tenue voz lloraba a lo
lejos, Jonathan volteó y lo vio, el pequeño muñeco de trapo lo observaba con su
triste y pálida mirada melancólica.
Estaba allí sentado, al comienzo
del pasillo, incómodo por la osadía del mancebo. Jonathan comenzó a sentir
frío, las ráfagas de brisa sacudían su frágil cuerpo de humano. Quería salir de
allí, quería apartarse de ese maldito, quería irse a casa, quería escapar. El
sudor invadía el cuerpo de Jonathan mientras este temblaba, el muñeco comenzó a
ladear su cabeza. Jonathan vio el pequeño movimiento, se sobresaltó, se volteó
y se echó a correr.
Mientras corría torpemente por el
apretado pasillo escuchaba esas voces, almas murmurándole insultos e imprecaciones,
los murmullos enloquecían a Jonathan. El pasillo se alargaba, los murmullos se
incrementaban, la tensión ocupaba el lugar. Jonathan se tropezó y cayó, una
fuerza evitó que siguiera avanzando, sentía como lo agarraba de la pantorrilla
y lo arrastraba de vuelta a su lugar de origen.
La sangre de su nariz marcaba una
línea por todo el pasillo, Jonathan no podía gritar, sentía que su garganta era
aplastada, sentía como esa fuerza le impedía luchar. Jonathan lloraba, pensaba
en lo poco que había vivido, sus lágrimas caían sobre el suelo. De un tirón
repentino, Jonathan fue levantado, le dieron vuelta y quedo observando el final
del pasillo, donde la amorfa sombra flotaba.
Sus gigantes ojos blancos
emanaban lágrimas negras, que manchaban su horrible rostro anaranjado. La
figura abrió la boca y vociferó: “LARGATE DE AQUÍ MALDITO”. Jonathan salió
disparado con una colosal velocidad, su cuerpo atravesó el ventanal de la
tienda, el cual se rompió en mil pedazos, siguió con el mismo impulso, un
segundo después su cuerpo fue destrozado por el ebrio conductor que conducía su
camioneta a exceso de velocidad. El cuerpo de Jonathan quedó irreconocible, sus
huesos de pulverizaron, y sus órganos descansaban sobre la carretera.
“Nadie debe invadir su
territorio, nunca jamás. Nadie debe tratar de ocupar lo que es suyo.”
-Autor: Andrés Jaramillo
*Imagen tomada de: http://de10.com.mx/13388.html
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