martes, 20 de mayo de 2014

El último pasillo

Jonathan Álvarez había conseguido el empleo por Internet, el jornal era bajo, pero para un nuevo comienzo, algo es algo. La decisión había sido difícil, abandonar su amada patria por una tierra desconocida fue un hecho que cambiaría radicalmente su vida. Tras ir por el sueño americano, Jonathan sufrió lo que todo inmigrante promedio sufre para poder pasar los estrictos controles de la ley y el orden, pero lo había conseguido, había dejado atrás el coladero.

Su trabajo era simple, era el encargado del mantenimiento durante los días martes, jueves y domingo de una sofisticada tienda de empeños. Los artículos de la extensa tienda eran principalmente antigüedades, trastos inútiles que la gente va a vender por dinero, para posteriormente gastarlo en una tontería del siglo XXI.

Pero lo más interesante estaba allá atrás, en los últimos pasillos, donde el sol no alcanzaba a irradiar sus poderosos rayos, donde el olvido se había apoderado de la tienda. Los objetos “malditos” que allí se encontraban espantaban a cualquiera, nadie quería asomar su preciosa alma por esos recónditos lugares, donde los altas vitrinas abarrotadas de toda clase de trastos mezclaban la maldad en un solo organismo, asustando a cualquier cretino valiente que por allí pasara.

Jonathan debía quedarse hasta muy tarde, debía organizar todos los desastres y desordenes que los consumistas clientes americanos causaban en el establecimiento, debía dejar brillando todo el lugar, para que al siguiente día una nueva oleada de zoquetes lo dejara como el día anterior. La mayoría de pasillos ya habían pasado por su limpieza noctívaga, seguía el majestuoso pasillo final, una capa de suciedad recubría el brillante piso de mármol que fue alguna vez brillante.

Eran las 12 de la madrugada, Jonathan ingresó al lóbrego pasillo, sentía como su piel se erizaba al pasar junto a los horribles objetos que había alrededor, sentía como esos “exánimes” objetos dirigían su fría mirada hacia él. Ya se hallaba a la mitad del pasillo, la oscuridad abarcaba todo el espacio, era menester hacer un cambio de bombillas al día siguiente. Escuchó los sollozos, la tenue voz lloraba a lo lejos, Jonathan volteó y lo vio, el pequeño muñeco de trapo lo observaba con su triste y pálida mirada melancólica.

Estaba allí sentado, al comienzo del pasillo, incómodo por la osadía del mancebo. Jonathan comenzó a sentir frío, las ráfagas de brisa sacudían su frágil cuerpo de humano. Quería salir de allí, quería apartarse de ese maldito, quería irse a casa, quería escapar. El sudor invadía el cuerpo de Jonathan mientras este temblaba, el muñeco comenzó a ladear su cabeza. Jonathan vio el pequeño movimiento, se sobresaltó, se volteó y se echó a correr.

Mientras corría torpemente por el apretado pasillo escuchaba esas voces, almas murmurándole insultos e imprecaciones, los murmullos enloquecían a Jonathan. El pasillo se alargaba, los murmullos se incrementaban, la tensión ocupaba el lugar. Jonathan se tropezó y cayó, una fuerza evitó que siguiera avanzando, sentía como lo agarraba de la pantorrilla y lo arrastraba de vuelta a su lugar de origen.

La sangre de su nariz marcaba una línea por todo el pasillo, Jonathan no podía gritar, sentía que su garganta era aplastada, sentía como esa fuerza le impedía luchar. Jonathan lloraba, pensaba en lo poco que había vivido, sus lágrimas caían sobre el suelo. De un tirón repentino, Jonathan fue levantado, le dieron vuelta y quedo observando el final del pasillo, donde la amorfa sombra flotaba.

Sus gigantes ojos blancos emanaban lágrimas negras, que manchaban su horrible rostro anaranjado. La figura abrió la boca y vociferó: “LARGATE DE AQUÍ MALDITO”. Jonathan salió disparado con una colosal velocidad, su cuerpo atravesó el ventanal de la tienda, el cual se rompió en mil pedazos, siguió con el mismo impulso, un segundo después su cuerpo fue destrozado por el ebrio conductor que conducía su camioneta a exceso de velocidad. El cuerpo de Jonathan quedó irreconocible, sus huesos de pulverizaron, y sus órganos descansaban sobre la carretera.


“Nadie debe invadir su territorio, nunca jamás. Nadie debe tratar de ocupar lo que es suyo.”

-Autor: Andrés Jaramillo
*Imagen tomada de: http://de10.com.mx/13388.html

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